martes, 7 de junio de 2011

Pequeños juegos.


Una eternidad de placeres sin fin, exhausta y saciada, ella seguía sintiendo el olor de su excitación envolviéndolo todo. Estaba horrorizada y profundamente avergonzada, sentimientos confusos que pugnaban por vencer sin conseguirlo, el éxtasis sentido. Su cuerpo había sido tocado como un instrumento musical perfectamente afinado. Mi lengua había utilizado su palpitante clítoris como a un violín interpretando una hermosa pieza para el público más exigente. Recordó, con excitación, esa pasión que la invadió, que transformó a una mujer moderna e inteligente en un animal que se retorcía y gemía sin control ni tapujos, suplicando entre oleadas descontroladas un poco más, solo un poco más. La había usado a mi absoluto antojo y ella me había odiado... y me había amado

1 comentario: